¿Cuántas veces hemos escuchado a mamás decir que soñaban con un bebé tranquilo y les salió inquieto y llorón? Hay mamás que cuentan que siempre pensaron que su hija sería femenina y le pondrían moños, pero no le gustan los moños ni los vestidos. ¿O qué tal el papá que quiere que su hijo sea doctor o abogado como el bisabuelo, abuelo y él mismo pero su hijo decide ser ingeniero?
"Quien siembra expectativas cosecha frustraciones"
-Ruiz Soto
Cuando aplicamos esta frase a la maternidad y paternidad me hace todo el sentido del mundo, pero al mismo tiempo me parece complicadísimo pensar en deshacernos de las expectativas que vamos generando a lo largo de la vida.
Y sí, suena complicado tratar de no tener expectativas sobre nuestros hijos, sobre nosotros como madres, sobre nuestra pareja. ¡Es más, las expectativas empiezan desde antes de tener hijos! Desde el momento en que quedamos embarazadas o deseábamos el embarazo. Si era el momento idóneo, con la persona que elegimos o, por el contrario, no era lo que queríamos, ni la forma o el momento. A éstas le siguen entre otras, las expectativas sobre el embarazo y el parto. Si es un bebé, dos o más; si es niño y queríamos niña o viceversa. Y de ahí para adelante seguimos generando expectativas.

En la cotidianidad la palabra expectativa se refiere a las creencias y deseos que tenemos de que algo salga de acuerdo con lo que planeamos o consideramos óptimo para nosotros. Surgen de lo que imaginamos, deseamos, creemos, conocemos, soñamos, etc. Entonces, lo lógico es crearlas y tenerlas, sin embargo, no es lo que nos va a ayudar en nuestra vida diaria y en relaciones con nuestros hijos, con los demás y con lo que nos rodea.
¿Por qué? Pues porque significa asumir que nuestros hijos van a ser de la forma en que nosotras deseamos, que las circunstancias de vida van a suceder como queremos y tenemos pronosticado. Pero la vida no se comporta así y los hijos nacen con su propio temperamento, todos y cada uno bajo diferentes circunstancias. Ningún embarazo, parto y camino de vida es igual y, lo más importante es que cada uno es único e irrepetible. ¡Eso es lo que da color y variedad a la vida! No hay nada que podamos hacer para tener el control sobre todo lo que sucede a nuestro alrededor, sobre la forma de ser y de pensar de los demás; sobre sus gustos e intereses; mucho menos sobre la forma en que los demás viven, asimilan o interpretan sus experiencias de vida.
Tratar de seguir intentando controlar, pensar en que las personas y situaciones se tienen que ajustar a nuestros deseos, a lo que creemos que debe ser o a como queremos que sean es estar topándonos con desilusiones, decepciones y frustraciones constantes, que evidentemente nos llevarán a sentirnos enojados y actuar en consecuencia afectando, entre otras cosas nuestras relaciones con los demás y con lo que nos rodea.
Dejar atrás nuestras expectativas sin duda no es sencillo, pero resultará más sano.
Requiere trabajo personal, humildad, ser adaptables ante lo que sí es y cómo es; flexibilidad y conciencia de uno mismo, de nuestras creencias y deseos.
En concreto, cuando te animo a soltar expectativas en el ámbito de la maternidad me refiero a que ames y conozcas al hijo que tienes, no al que querías o te imaginaste. A que lo acompañes en el camino que va eligiendo según sus gustos, aptitudes, temperamento y carácter no a que le impongas lo que tú deseaste para él ¿o será para ti? A que aprendas a aceptar que a veces las cosas no son como las tenías planeadas y en vez de seguirte peleando hagas un duelo que te lleve a la aceptación de las cosas como son. A que hagas conciencia de tus expectativas y las ajustes a la realidad para que en vez de cosechar frustraciones coseches cosas enriquecedoras para ti y para tu familia.

Así es que, si te salió un flautista en vez de un futbolista ámalo, disfrútalo, acompáñalo, aprende y déjate sorprender porque ¡el regalo de la vida es tu propio hijo, así como es! No lo necesitas cambiar para ajustarlo a lo que querías, necesitas tú moverte hacia la aceptación para poder construir una linda relación.